Quizá no llegará la alborada

...al menos intentemos llegar al corazón de quien lo hará por nosotros. Y será en ese preciso momento que la luz de nuestro recuerdo brillará en los ojos de quien hemos entregado alma, corazón y vida.

Quizá las copas de vino son el aliciente perfecto antes de escribir en aquella vieja máquina que cruzó continentes. Esa vieja perfecta fue el inicio de una hermosa aventura en cada etapa de la vida. Tal vez, no veamos la alborada del día 22, es permitido que el maquiavélico destino juegue en contra de los planes de las mentes plebeyas. Es muy probable que antes de ello, se arrepienta el corazón por no haber entregado más vida en cada sonrisa. Pero claro, quién tuvo la insolencia de contarnos que las primaveras son eternas, si acaso son pasajeras, más no hay nada claro dentro de cada mentira que juega y jugará con la esperanza ajena.

El sólo hecho de pensar que el crepúsculo matutino sea la mejor parte de cada día, ese momento de abrir los ojos y saber que hay más por explorar. Entender que en ese corto tiempo somos la materialización de la vida y, por lo tanto, dueños de un pedacito del tiempo, luego somos la triste materialización del tormento bajo el título de “Plebeyos”.

Posiblemente no llegará la alborada a las vidas en tormento, esas vidas que ya tienen un contrato de vencimiento. Pues, tarde es el momento cuando nos preguntamos, ¿cuántos sueños he cumplido?, ¿cuántos amores hemos tenido?, ¡cuánto amor he dado a mis seres queridos?

Las respuestas se encuentran en el tiempo perdido. En aquellas largas horas que hemos entregado para sostener y aumentar la riqueza del Rey que un día nos ofreció monedas de plata. Inocencia e incredulidad se apoderaron de cada momento en nuestro rol de Plebeyos. Y sí, tarde nos dimos cuenta de la aberración de los reyes, crear sirvientes que no tengan sueños más sólo ansias de comer y un techo donde cubrir los cuerpos de los niños de las espantosas lluvias.

La vieja máquina del “Patricio” es la excusa perfecta para plasmar cada sentimiento perdido, es la fiel compañera que nubla los ojos y atesora el momento exacto de quien presiona cada tecla en función a cada latido. Cada carta, nota o ensayo es el resultado de una hermosa ceremonia que inicia con la total entrega de humildad del escritor. En ese preciso momento, la esperanza se apodera del tornado maligno de la frustración. Todo cobra sentido, nada puede ir peor.

Pues, bien, si el tiempo perdido es la causa de los males contraídos, es momento de librar las batallas y cortar las cadenas de los tiempos de desazón. Llevar poca carga en la mochila y empezar a viajar a destinos desconocidos. Empezar con un viaje al rincón del amor, ese viaje desconocido que causó enormes lagunas y que muchos aún no hemos aprendido a nadar. Y quizá, nunca lo logremos. Pero ojo, no por no querer hacerlo, es más bien por el juego maquiavélico del destino.

Si no llegamos a la alborada, al menos intentemos llegar al corazón de quién lo hará por nosotros. Y será en ese preciso momento que la luz de nuestro recuerdo brillará en los ojos de quien hemos entregado alma, corazón y vida.