El jardín de la experiencia

Curiosamente muchas personas divagamos las realidades, intentamos no herir a los caídos, evitar su sufrimiento es nuestro objetivo, buscamos mecanismos para burlar a la realidad, somos parte de un teatro que busca humanidad en tanto este teatro acepte frialdad.

Pretendemos aliviar el dolor de aquellos que perdieron algo más que un ser querido, usamos al caído para hacer sentir al vivo que la vida aún tiene sentido. Nos repudiamos por las rosas caídas, pero aun así seguimos cuidando del jardín para que estas tiernas rosas salgan de ahí y ocupen su lugar en la mesa de la buena intención.

Quizá, los jardines sean los más apropiados para hacer ver la espléndida cara de la vida, es la esperanza que tuvieron cientos de niños antes de ser víctimas de aquellas bombas asesinas, bombas que caían con un único mensaje: ¡Queremos la paz!

Hasta ahora no sabemos qué tipo de paz se busca cuando caen mensajes tan sublimes, dejando a la inocencia sin esencia de existencia. Sin niños, la inocencia caería derrotada y las rosas no tendrían pequeñas manos para cuidarlas. El jardín seguiría con rosas y espinas, pero más espinas que rosas.

Intentar calmar el dolor ajeno sin antes conocerlo es como apagar el fuego sin ser un bombero, hablar de cuidar de un padre si jamás te animaste en hacerlo. Son circunstancias que a meritan de la llamada experiencia, esa auténtica palabra que guardó todas aquellas emociones en tiempos de paz o de guerra. Es la estrategia más sublime para intentar apagar el fuego del dolor ajeno. No lo imaginas…lo vives, lo recuerdas y lo lloras.