Hace casi dos décadas, cuando muchos países de América Latina vivían gobernados por tendencias «capitalistas», a las que por cierto les gustaba jugar al MONOPOLY con dinero público. Pues, bien, dicho panorama político dio un giro sumamente importante para las clases sociales. En muchos casos con éxito rotundo, pero en otros con una absoluta preocupación. El naufragio socialista es el presente.
Se dice en las calles que los partidos políticos son el mismo perro con distinto collar, que las aflicciones diarias de todo ser humano que vive de su trabajo no han cambiado en absoluto. Lo que sí cambió fue el número de funcionarios públicos. Se dice que, un funcionario es un voto, no importa si rinde, si es capaz o se duerme masticando hoja de coca en el trabajo. Lo importante es que apoye la causa y su ideología. Y claro, todo queda en un discurso popular, en un aluvión de ideas marxistas, comunistas e incluso, estalinistas.
Esa vieja política, aquella que es y será acusada de imperialista por las masas socialistas, no tiene gran diferencia a la actual política «socialista del siglo 21» cuando se pretende marginar una razón, un argumento crítico, esa dialéctica social que haga de un ciudadano un —animal político—, y por lo tanto, pueda cuestionar libremente las decisiones de sus gobernantes.
Vivimos el naufragio de la política socialista, ¿será bueno, esperanzador o una ilusión? Quizá sea el fin a ignorantes, radicales y rufianes que dicen ser “perfectos demócratas”, que insinúan una verdad absoluta y desmiente una razón con prepotencia feroz. Viles canallas, auténticos mierdecillas que juegan a ser dios sin siquiera tener un poco de amor. Muchos de ellos navegan en el mar de la ignorancia. Y caminan en un desierto de ideas. Sólo violencia por parte de grupos radicales afines al gobierno y que actúan como sindicatos, gremios y federaciones. Sin dejar de lado a delincuentes violentos denominados “Ponchos rojos”. Amparados y protegidos por una justicia indígena.
Ahora bien, si el socialismo proyecta el poder de forma indefinida, habrá cometido el gran error que sepultó a la vieja política de «derechas». El poder es infinito, es muy cierto, pero pretender que sea eterno, arrasaría con cualquier democracia.
La sociedad no necesita dioses eternos, necesita hombres y mujeres comprometidos con la sociedad.