Filosofía del amor: miradas

Habría que preguntar a las personas qué sienten cuando miran a otras, me refiero, a esa breve sensación que muchas miradas pueden causar. El tic tac del corazón.

Las miradas en ocasiones encuentran a dos almas perdidas, en tanto el encuentro no sea nada planificado. Es el azar del destino, esa curiosa y misteriosa forma de unir dos puntas de un polo opuesto.

Dentro de la filosofía hablamos de la búsqueda de la verdad, de aquella construcción de argumentos para luego refutarlos, apoyarlos o eliminarlos. En esta misma línea, el amor podría nacer desde el destino o la casualidad, de ir caminando por la calle y de repente encontrarte a esa persona que paraliza el tiempo, que cada paso es como un minuto menos, no quieres que el tiempo avance, prefieres que se detenga. A partir de ahí construimos un universo diferente, paralelo, mágico y lleno de complementos que nacen a causa de las miradas.

No se trata de dedicar la vida a caminar por la calle intentando forzar a la casualidad para que encontremos a esa persona, quizá lo logremos por causalidad, pero el destino no dará su aprobación. Más temprano que tarde, las piezas volverán a su curso.

No hay argumento válido cuando las miradas cobran vida, cuando la conexión es automática, cuando los dos corazones plasman sus sentimientos en cartas de amor; en hojas que dicen que hay algo más que miradas, que la mirada no lo es todo, que el amanecer es mejor si no estás solo, que todo lo que sueñas es parte de tu realidad. Es como soñar despierto.

Cada momento es único, cada mirada es eterna y cada perfume tiene su esencia. Por ello, ¿qué será mejor?, ¿forzar al destino? La respuesta lo sabrás viviendo cada momento que el destino te regale. Sólo tómalo, no lo pienses dos veces. «Existe, luego piensa».