Hace casi dos décadas, cuando muchos países de América Latina vivían gobernados por tendencias «capitalistas», a las que por cierto les gustaba jugar al MONOPOLY con dinero público. Pues, bien, dicho panorama político dio un giro sumamente importante para las clases sociales. En muchos casos con éxito rotundo, pero en otros con una rotunda preocupación.
Se dice en las calles que los partidos políticos son el mismo perro con distinto collar, que las aflicciones diarias de todo ser humano que vive de su trabajo no han cambiado en absoluto. Lo que sí cambio fue el número de funcionarios públicos. Se dice que, un funcionario es un voto, no importa si rinde o se duerme, lo importante es que apoye la ideología y su causa. Y claro, todo queda en un discurso popular, en un aluvión de ideas marxistas, comunistas e incluso, estalinistas.
Esa vieja política, aquella que es y será acusada de imperialista por las masas socialistas, no tiene gran diferencia a la actual política «socialista» cuando se pretende marginar una razón, un argumento crítico, esa dialéctica social que haga de un ciudadano un <animal político>, y por lo tanto pueda cuestionar libremente las decisiones de sus gobernantes.
Vivimos en una política de los mares revueltos, de ignorantes y rufianes que dicen ser “perfectos”, que insinúan una verdad absoluta y desmienten una razón con prepotencia feroz. Viles canallas, auténticos mierdecillas que juegan a ser dios sin siquiera tener un poco de amor. Muchos de ellos navegan en el mar de la ignorancia.
Ahora bien, si el socialismo proyecta el poder de forma indefinida, habrá cometido el gran error que sepultó a la vieja política de «derechas». El poder es infinito, pero pretender que sea eterno, arrasaría con cualquier democracia. Y la sociedad no necesita dioses eternos, necesita hombres y mujeres comprometidos con la sociedad.