Derechos: una crítica soez al político por la educación y el derecho

En diversas partes de globo terráqueo, hay quienes se encuentran en verano o invierno, trabajando o estudiando los últimos días de un año un tanto peculiar, con alegrías y tristezas, muerte y vida, amor y odio, y tantas cosas más.  Sin embargo, también en estas fechas salen a luz informaciones totalmente irreales acerca de la educación y el derecho. La casta política inicia estrategias para ocultar el sol con un dedo y divulgar públicamente su supuesto compromiso con los derechos de los seres humanos. Son fechas en las que muchos gobiernos y sus “indigentes intelectuales”, políticos, organizan conferencias de prensa para informar acerca de los avances en el ámbito de los derechos y las libertades, y la tan prostituida y millonaria palabra, educación. Si hay algo muy claro, es que la palabra educación nunca ha sido pobre. ¡Paradojas de la vida!

Las argumentaciones no sólo tratarán de litigar a los políticos, intentarán en lo posible juzgar cada uno de sus actos ilícitos, injustos e indignantes. La insensata costumbre de proliferar el “ocultamiento” de las verdades, cuando muy bien sabemos que la verdad se ha escrito sólo a media tinta, que la casta política nos ha visto con cara de imbéciles, incultos ciudadanos o tontos masoquistas. Años atrás, jamás hubiera pensado que los derechos que nos habían otorgado los grandes líderes de la época, hoy por hoy se nos fueran arrebatados y solo aplicados a cambio de monedas de oro. Dejando a una sociedad funestamente apaleada en un campo de batalla llamada por los políticos: Estado de Derecho.

Donde carajos está la transparencia, la ética, la razón de criticar la impunidad política, la búsqueda de la verdad, aquella verdad que mató a seres indefensos, a personas que investigaban las falacias de cientos de ruines y canallas de corbata, aquellos hombres y mujeres que en su afán de mostrar a la sociedad una de las verdades murieron como perros sin dueño. Y días después, muchos tuvimos que ir en busca de unas flores para entregar a la familia doliente como un fiel símbolo al héroe caído en la batalla política.

Hoy es el día en que me despojo del moderado y pulcro protocolo literario, y desenfundo mi espada para sumarme a la mayor crítica que un hombre puede hacerse, la duda. El uso de la verdad en cuanto esa verdad nazca de mi propio ser, y mi ser no sea objeto de análisis en busca de minimizar la crítica, pero en cuanto minimice esa posible crítica deberé tener muy en cuenta la insignificancia de mi pensamiento y el cobarde anonimato de mis acciones. Tendré minutos para juzgar mi ego, tendré horas para lamentarme -pero de no actuar ahora- tendré una vida viviendo con la espada clavada en mis pensamiento, y por tal hecho, mi existencia será efímera, pues no pensaré antes de existir.

Mañana, muy por la tarde, muchas realidades vuelven a nacer: los hombres libres quizá dejen de ser libres, cientos de niños y niñas obtendrán miserablemente el título de huérfanos, y aquellas niñas pasen a ser madres, y las madres de estas noveles madres sean enterradas por niños, sus hijos, pero ya obligados a ser hombres.

Si la crítica no fuera real sería un cuento escrito e impreso para su distribución, pero por avatares de la vida, esta es la realidad que nos tocó vivir y nos tocará contar.

La mayor parte de la población en su buen uso de razón criticó y sentenció la época de las dictaduras, y hasta hora somos críticos con ciertos regímenes del medio oriente y oriente. Enjuiciamos con dureza el actuar de esos líderes y entristecemos del padecimiento que viven aquellos seres humanos en manos de hombres sanguinarios. No obstante, parece ser que hemos olvidado nuestra realidad y optamos por saber que existen seres humanos en peores situaciones que la nuestra, enalteciendo un triste y penoso acto de consuelo. ¿No será que vivimos también en una «dictadura» moderna?

Ahora bien, más allá del consuelo transitorio y razonable, vivimos en un estado político en crisis de legitimidad y veracidad; una casta política que disfraza la realidad y manosea la información con la única finalidad de engordar su asquerosa riqueza, y en ese hatajo y séquito de mierda tenemos a jueces, fiscales, diputados, senadores y hasta sus propios costureros. ¡Menudos personajes!

Ya está bien de tratarnos como borregos, de jugar con la educación de nuestros hijos, de robar el 30% de cada lápiz, cuaderno o almuerzo escolar que –milagrosamente– reciben nuestros niños y niñas.

Ya está bien de jugar a listos e imbéciles, de aprobar inversiones millonarias para construir escuelas de alto nivel, y a cambio nos construyen algunos habitáculos de porquería donde reinará la mugre y la mierda, la humedad se apoderará de esas cuatros tristes paredes, los techos caerán al tercer mes de haberse inaugurado tan “honorífica escuela”. Palabras de ciertas autoridades.

Una honorífica escuela que apenas puede albergar a 50 niños y niñas, dejando fuera de dicho derecho a más de 500 personitas que desean desmesuradamente asistir a una “escuelita”. Desde un punto de vista humano, si fuera el Ministro de turno no solo dejaría ese cargo, también tendría que dejar de ser político, pero al final de ello debería preguntarme si aún tengo algo de vergüenza.

La educación es un derecho, nacional e internacional, o dicho de forma más clara, un derecho universal. Pero si la educación no es la prioridad de la casta política, – afirmo lo que escribo- tendremos días peores; políticos soberbios, canallas, ladrones y asesinos, sin duda viviremos en medio de hienas hambrientas, seres sin escrúpulo y verdaderos animales políticos, pero no desde la perspectiva que exponía de manera bellísima el gran Aristóteles, sino desde una perspectiva destructiva.

Nuestra sociedad, lastimosamente, tiene líderes que quizá no merezca, pero que sí fueron elegidos por la venia y gloria de millones de feligreses incautos, ¿una elección que tuvo precio? Si, un puesto de trabajo. Pero todo ese precio lo vamos pagando cada día. La ignorancia jugó con nuestro apetito.

La educación y la aplicación de los derechos, tareas pendientes. Reprobados.

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