Filosofía del amor: Las cartas y el amor

Es indudable que el tiempo pasó una de las facturas más costosas en la historia de los fieles enamorados. Alguien susurraba en mi oído palabras tan bellas, llenas de contenido emocional que atravesaron los mares de la ignorancia en aquello que muchos conocemos como el juego del amor. Ese proceso consensuado que divaga hasta no saber quién está al otro lado del hemisferio emocional. Dos corazones que luchan por mantener la pasión a través de sinceros escritos; versos y prosas que intentan materializar el amor en cuestión de minutos. Una sensación sin límites.

Los viejos, esos expertos que nos enseñaron a vivir, lamentan el hoy y engrandecen el ayer. Sus recuerdos acarician la perfección de la prosa, engalanan la magnífica oración del enamorado con esplendidas sonrisas y lágrimas de felicidad. ¡Qué tiempos aquellos!

Sin embargo, el verdadero amor viajaba cientos de kilómetros, por aire, mar y tierra. Una humilde carta que no tenía precio en el mercado de los imbéciles, cretinos o marujas. El solo hecho de recibir unas hojas desgastadas, incluso con algún escrito de la prensa local, llevó al amor a uno de los planos más colosales en la historia de la filosofía del amor; el arte de amar.

Cada 35 días, el corazón volvía a nacer, los latidos encontraban el significado de su arduo trabajo. Los minutos se convertían en años y no había –dios– que calmara tal emoción de recibir una respuesta. Un acto solemne, todo un protocolo para recibir al cartero, aquel hombre agitado, agotado, pero con la cabeza en alto al saber que en su «cartera» transportaba la ilusión de padres, madres e hijos. Y por supuesto, de los fieles enamorados.

Las cartas y el amor, fueron y serán dos grandes significados de humildad, honestidad y esperanza. La distancia tenía una gran recompensa, el verdadero amor.

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