La ética del derecho

La simpleza del lenguaje diario hace que los hombres podamos construir una sociedad menos contradictoria, donde expertos y no expertos puedan compartir algo más que teorías científicas, en el que herreros e ingenieros construyan instrumentos de paz y no hierros de destrucción. Solo el simple hecho de hablar de paz, es hablar de oportunidades, de un sano juicio de vencer los obstáculos que por ley natural nos tocará vivir.

La ética, esa palabra que muchos intentamos adular y agregar dentro de nuestro pobre vocabulario, es el instrumento que podría vencer batallas de hombres sin promesas, dar pan a quien no tiene pan y dar vida al que pensó que ya no hay razón porque vivir. Pero esa ética no debe ser prostituida, no debe tener un precio monetario ni debería ser pronunciada por imbéciles que creen ser dioses.

Una ética que promueva el derecho, que aguante el dolor y la miseria, que resucite como el ave fénix y no caiga en tentaciones pasajeras. Esos derechos tienen voces que claman, niños y niñas que gritan a los cuatro vientos un poco de ética para ellos, un alimento que dé vida, que promueva la esperanza y erradique la pobreza. Esa es la ética del derecho.

En tanto la ética no sea difundida y aplicada, las voces que claman paz no serán escuchadas, la muerte asomará cada noche y se llevará la inocencia y esperanza de la vida, y la propia vida quedará al margen del propio derecho. Y en el capítulo último de la historia, solo quedarán páginas en blanco manchadas de vino tinto.

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