¿Dónde quedó la niñez querido «Santa»?

Hace muchos años atrás algún niño ingenuo le pedía a un tal «Santa» que pudiera hacer realidad los sueños que tenía, dedicaba horas enteras para escribir una carta que iría directo hacia el polo norte, lugar donde en teoría vivía el señor que cumplía los sueños. La carta contenía un sentimiento puro y todas las ilusiones de un niño o niña, sea rico o sea pobre, lo peculiar del caso es que los supuestos niños ricos pedían el amor de sus padres, y los supuestos niños pobres pedían trabajo y amor para su familia, y  claro, si fuera posible también un pedacito de pan navideño –no vendría nada mal–. En ambos casos, el corazón de niños y niñas se basaron en la palabra amor, en la esperanza de reír con los padres, de ir en busca de un tesoro perdido en las verdes praderas cercanas a la humilde morada o incluso de jugar a no cenar por una noche. ¡Jodido juego de la vida!

Quizá, la mediocridad de los «hombres grandes» haya convertido las esperanzas de los niños y niñas en productos; un producto que tiene un precio, que tiene una marca y que sin duda en un corto tiempo tendrá un lugar en el trastero o depósito de la casa. La niñez como tal, desea compromiso y necesita que «Santa» esté presente en las buenas y en las malas. Que no hipoteque la felicidad de sus padres, ni la educación de ellos mismos. Solo un poquito de calor y cientos de sueños que se hagan realidad.

En la actualidad, miles de niños mueren cada día a causa de temas relacionados con la desnutrición y paradójicamente miles de toneladas de alimentos se desperdician cada día, los hombres gastamos más en alcoholizarnos y las mujeres en ser más vanidosas que la vecina de al lado, y me pregunto: ¿Dónde quedó la niñez? Pues, sin duda, quedó en el anonimato. Las paredes son un simple instrumento de comunicación maldita, de proliferación de verdades, noticias de políticos corruptos y organizaciones que en teoría luchan por la transparencia pero con dinero sucio.

Cómo podemos olvidar la responsabilidad que tenemos con esos seres indefensos, con esas vidas que luchan por vivir un día más, por esas voces que son silenciadas, por esos llantos que estremecen la vulnerabilidad del corazón de una madre que no puede dar de comer a sus hijos, por esos «pequeños hombres y mujeres» huérfanos que anhelan en ir a la escuela pero que lastimosamente deben ir en busca de monedas para dar de comer a los hermanos más pequeños.

Cómo rayos podemos dormir en paz, siendo autoridades y responsables de la justicia, salud y la educación de la niñez cuando lo único que velamos son los intereses de las castas políticas y pequeñas cúpulas hambrientas de poder, de proteger al desgraciado que amenaza con decir la verdad de sus intenciones, de guardar silencio cuando se trata de culpar al culpable, de presumir de la construcción de grandes escuelas cuando lo único que se necesita es que por lo menos haya una humilde escuelita, y no menos detestable es, acudir a reuniones internacionales diciendo que la salud es universal y gratuita, y en ese mismo instante muere un niño o niña por no contar con los recursos suficientes para salvar su vida.

Cómo diantres podemos admitir la anormalidad como parte de la vida real, enjuiciando al débil y asesinando el futuro de miles de niños y niñas que desean salir del pauperismo en el que encuentran, de esa ignorancia que cada día va dilucidando sus perspectivas, ahogando sus sueños en tristes tardes de balbuceo y melancolía, muriendo en vida sabiendo que vendrán días peores y que esto es solo el comienzo.

¿Cómo lo hemos permitido? No lo sé,  pero espero que ese tal «Santa» pueda dejar alguna huella visible para saber su escondite y pedirle explicaciones, ya que la primera carta que escribí hace muchos años todavía no ha sido respondida.

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