Un bufón, el carnaval y la política

[Se abre el telón. Protagonista. Un bufón que hace de político. Escenario. Encarnación, Paraguay. Público. Padres, niños, niñas y adolescentes. Entre otros.]
Quisiera que el sol no ilumine ciertos escenarios, que la noche fría perdure por gran parte del día, tal y como sucede en el sur de Chile, muy al sur, Punta Arenas. Donde el sol ilumina solo un par de horas.

Mucho hablamos de la tragedia ajena; de los pueblos dilapidados, de la clase indígena, de los pobrecitos niños africanos, de la vecina traviesa, del esposo amante, del homosexual perdido y de muchas otras peculiaridades que viven otras personas. Y efectivamente, muchos y muchas deben cargar con su cruz, con la discriminación, el racismo, la hambruna o aquellas enfermedades tan letales que se inician con un simple descuido y un alto grado de erotismo y machismo.

Como seres humanos estremecemos estadios, gritamos a todo pulmón los goles de ciertos individuos que más tarde se engrandecen como dioses y se olvidan de aquel dignísimo aficionado que coreó su nombre y lo apoyó cuando falló el penal en tiempo suplementario. Hecho un dios y con la billetera llena, solo le importa posar con modelos de “notorio proceder”. Inicia, pues, la nimiedad del dios copero.

Ahora bien, esa realidad es aplicable a la prosaica política, es el complemento del plato fuerte. Cuando hablamos de gritar a todo pulmón, evocaré al bufón que hace de político. Un personaje público “entrañable”, y que a la fecha es el rostro más visible de la clase política paraguaya: hombres irracionales, con sus representaciones escénicas burlescas, canallas amorales e indigentes intelectuales.

Pues bien, es verano. La ciudad de Encarnación recibe con gran algarabía al bufón político que atraviesa su mejor momento de popularidad, y que por cierto es un chocarrero ejemplar, ya que dijo poseer siete títulos universitarios y un dominio teatral de la lengua inglesa como ningún otro ciudadano. Pero claro, dicha ejemplaridad quedó en tela de juicio y resultó ser parte del humor ingenioso de un bufón mentiroso. ¡Menudo pájaro!

Sin embargo, y a pesar del circo montado el valeroso bufón fue ovacionado por cientos y miles de ciudadanos insensatos, aquella masa social que bullía como agua hirviendo en medio de un carnaval encarnaceno. Lo trágico, por llamearlo así, es la normalidad con la que la sociedad engrandece y glorifica a éstos caudillos políticos. Dejando en evidencia de sus propios hijos e hijas que la estupidez, la indecencia y la falta de respeto hacia la mujer pueden ser parte de su “futura” vida. Por consiguiente,  no exista la necesidad de ir en busca del conocimiento a través de la cultura y la educación. Solo bastaría ser un bufón incursionado en la política.

El corso político, es sin duda, la peor humillación que podemos recibir los ciudadanos, y por ciudadano me refiero a todo aquel trabajador (ambos sexos) que deben sudar la gota fría para llevar un pan caliente a sus hogares, aguantado temporales irresistibles y jefes sin escrúpulos. Por lo que, es mil veces preferible una bofetada y un trago amargo, ambos son pasajeros. Pero estos pájaros carroñeros llegan para quedarse y perpetuarse en el poder como si se tratase de ilustres personajes de elocuencia admirable.

Quizá, hablar de la tragedia ajena por parte de nuestra sociedad sea un medicamento “placebo” para intentar curar la irritación, la impotencia  y el desconsuelo, no es fácil vivir en un país con caudillos políticos tan “ejemplares”. Es la frustración de una sociedad vilmente traicionada.

Y claro, algunos pronunciamos por la calles, en medio de alguna conversación fortuita en los autobuses o tomando una copa de vino y un buen libro aquella bella frase de la esperanza: no hay mal que cien años dure, ni cuerpo que lo resista.

La indignación es real. La sociedad paraguaya no merece una casta política como ésta, partidos bien organizados para delinquir con dinero público. Una mafia bien organizada. Donde todo es posible, y donde solo pueden participar personas de confianza del caudillo político, tales como: padres, hijos/as, sobrinos/as, esposos/as, amantes, etcétera. Todos ellos -humildes y entrañables ciudadanos- con el título laboral de: cargos de confianza.

¿Dónde quedó la educación, la elocuencia o la dignidad?
La ignorancia en la actualidad, en plenitud del siglo 21, sí es un pecado, y un pecado muy grueso.

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